Élena Stringari
Buenos elementos
LEGARON inquilinos nuevos al piso de arriba. Desplazaban indecisos sus muebles por aquí y por allá, arrastrándolos por el suelo, por encima de mi cabeza. Trazaban unos sonidos horrorosos: «Grrrr» hacían las piezas pesadas, cuando cubrían una larga distancia, y un seco y grave «Gr», cuando se las empujaba un poco. Penetrantes, escalofriantes «Siiip» producían las más ligeras en las largas distancias, y un «Sss» quedo en las cortas.
Claro que los sonidos no eran exactamente los que escribo aquí. Las cosas tienen otra lengua, propia, no satisfecha por las combinaciones de nuestras veinticuatro letras. En todo caso, más o menos hacían así: «Grrrr» y «Gr», «Siiip» y «Sss». ¡Me habían destrozado los nervios!
Imposible concentrarme para terminar el libro que estaba leyendo. Hasta que me acordé de cómo jugaba de pequeña:
«Esto es una bellota», decía mi madre. «¿Y qué más puede ser?», preguntaba yo. Y ella, suspirando hondo: «¿Yo qué sé? ¡Nada! ¿Qué más podría ser? ¡Una bellota, hija!…». Y volvíamos a casa con su bolsa llena de bellotas, que yo pintaba, les pegaba una pluma y se convertían en hombrecillos con sombrero y penacho, separaba las dos partes –por aquí las bellotas, por allá sus sombreritos– y se convertían en collares aquellas, en vasitos-abrevaderos-pilas-piedras para anillos estos, las partía por la mitad, sacaba el fruto y hacía de ellas una cuna para Pulgarcita, barcas o –boca abajo– caparazones de tortuga y otras cosas que ahora no recuerdo. (Por la misma razón recogía bombillas fundidas, chapas de botellas, trapos, huesos de sepia, maderas, abalorios y lentejuelas, que me daban tacañamente las costureras, así como trozos de juguetes estropeados. En general –curiosamente–, cual política o religión, tenía todo lo roto o destripado en mayor estima que lo entero y lo nuevo).
Pues bien, a punto de sufrir una crisis nerviosa por culpa de los sonidos que trazaban los del piso de arriba arrastrando sus muebles por encima de mi cabeza (¿Cómo que «por encima»? ¡«Dentro» de mi cabeza!), me acordé de cómo jugaba de pequeña, y a continuación, sin esfuerzo, los «Grrrr» y «Gr», los «Siiip» y «Sss», se convirtieron en ¡rugidos de fieras y silbidos de reptiles! ¡Oírlo para creerlo! Os quedaríais asombrados. ¡No os imagináis cómo se parecen…! Que se mude alguien a vuestro piso de arriba y me daréis la razón.
¡Los mismos sonidos que antes me sacaban de quicio, ahora me fascinaban! Tal amor por la naturaleza no me lo esperaba de mí misma. ¡Majestuoso! ¡Toda una selva para mí!
Tras haberla disfrutado un rato, concluí el libro que estaba leyendo — con la misma sensación que tenía el hombre solo en la naturaleza, en la salvaje naturaleza, donde lo perecedero encoge y lo eterno pesa. Y, absolutamente segura de que lo que anoté como «buen elemento» en mi libro lo era en efecto, me acosté en mi rama y me dormí…
Fuente: revista Τετράμηνα, núm. 13, primavera-verano 1977.
Élena Stringari (Atenas, 1950). Tomó clases en la escuela Vakaló, sus profesores eran Panagiotis Tetsis y Eleni Vakaló entre otros. Durante el período 1971-1974 colaboró con el Centro Artístico Espiritual «Ώρα» en la publicación anual Χρονικό. Publicó las colecciones de poemas Ὑπὸ τὸ φῶς τῶν προβολέων (1970), Ἀκάλυπτος Χῶρος (1974) καὶ Ἐν πλῷ καὶ ἀκυβέρνητα (2009).
Traducción: Equipo Proyecto Grequerías: Ilektra Anagnostou, Sofía Fertaki, Theoni Kabra, María Karalí, Eduardo Lucena, María Malakata, Alicia Manolá, Konstantinos Paleologos, Jaralambos Theodosis, Antonia Vlachou. La traducción y revisión colectivas de los minirrelatos es producto del taller que organizaron y coordinaron, en la academia de idiomas Abanico desde octubre de 2018 hasta abril de 2019, Konstantinos Paleologos y Eduardo Lucena.
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