Rena Samará-Maina: Fotos de boda


Rena Samará-Maina


Fotos de boda


I PRIMER MARIDO era alto y robusto. En invierno vestía siempre gorro de visera y en verano un Panamá. Tiene estilo, decían mis amigas. La verdad es que nunca andaba al descubierto, la cabeza siempre la tenía tapada, y no por razones de estilo, como creían mis amigas, sino para que no se le notara la alopecia. Cuando veía anuncios de champús y de geles para el cabello, se echaba siempre a llorar. Y a continuación sacaba las fotos de la escuela y contemplaba durante horas sus ricitos, que caían indómitos sobre sus ojos. Mi suegra, hasta que él cumplió los cuarenta, lo llamaba ricitos míos, y yo a duras penas contenía la risa. Estaba tan gracioso acurrucado en sus brazos, mientras ella le acariciaba el pelo inexistente. Cuando murió guardé el cepillo de plata de su pelo inexistente. Lo saqué después de años en desuso del cajón – fue entonces cuando empecé con la quimio.

            Mi segundo marido pelo tenía de sobra. De cerebro no tanto. Deshabitada su bella cabeza rubia. Al verlo por primera vez –un poco después de recuperarme– me dije que la vida me debe una segunda oportunidad. Me casé a mucha honra y gloria. Pero su honra era deshonrosa. De noche deambulaba entre casas de juego, y de día marcaba barajas. Mi vida se convirtió en un infierno. Hubo días en los que no teníamos ni un dracma para comprar pan. A punto estuve de vender mi propio culo para saldar sus deudas. Y el pelo que había vuelto a crecerme volvió a escasear. Una noche que salió para desplumarlos a todos, según me dijo, le di dos besos, cerré la puerta al mal y cambié en plena noche la cerradura. Lo único que me quedó de aquel fue una baraja marcada.

            Mi tercer marido es gay. Sé que se casó conmigo solo para disimular. Profesor de secundaria, filólogo, no vaya a dar pie a habladurías. Y la pobre de su madre, para zafarse de los comentarios de las lenguas viperinas de sus amigas. Honesto, sin embargo, me puso las cartas sobre la mesa desde el principio. En casa todo marcha como un reloj. Hogar en orden, sonrisas, comprensión y aceptación. De sexo, nada, pero qué más da. A la menopausia le bastan las caricias, los besos y un par de palabras tiernas. En las frías noches de invierno me peina el pelo con el cepillo de plata y jugamos a las cartas con la baraja marcada. Después de todo, no es inalcanzable la felicidad.



Fuente: Planodion Bonsái, 20 de octubre de 2020.

Rena Samará-Maina (Komotiní, 1969). Estudió Filología Clásica. Dirige y coordina el Círculo de Lectores de su ciudad natal.

Traducción colectiva de equipo Proyecto GreQuerías. Revisión: Eduardo Lucena y Konstantinos Paleologos.