Vasilis Tsiambousis: Lunes



Vasilis Tsiambousis


Lunes


O desvistió con esmero. El agua en el caldero a medio hervir. Le enjabonó el pelo, las axilas, los pies… Lo enjuagó y lo envolvió en un albornoz raído. Atravesaron el patio y subieron a casa. El cinturón le arrastraba por el suelo y en cierto momento se le salió la zapatilla. Le puso ropa de domingo y un poco de colonia barata. Le dio dos billetes de cien. Lo besó en la frente y lo acompañó hasta la puerta.

       A pesar de ir con prisa, llegó al cabo de una hora. Tenía problemas en los brazos y en las piernas e iba a paso de tortuga. Subió la escalera y entró en el pequeño salón. Estaba solo. Se sentó en una silla y esperó.

       Salió de su habitación vistiendo un camisón rojo. «Solo faltabas tú…», dijo. «Hoy no puedo, ven el próximo lunes». Entró al baño. Se oyó la cisterna. Se abrió la puerta y se esparció un mal olor. «¿Todavía estás aquí? ¿Por qué no te vas con otra? ¿Es que el mío tiene miel? Tantos años sin encontrar un hombre fiel y nos tienes que tocar tú…». Qué le habría hecho este carcamal como para desahogarse así con él… Se levantó el camisón hasta los hombros. «Anda, jodío, para que luego no digas que te dejamos en ayunas…». Se le vieron el pecho, el vientre y unas enormes bragas negras llenas de paños. «Venga, toca un poco si quieres…».

       Lo invadió una extraña vergüenza y bajó la mirada. Dejó uno de los billetes de cien encima de la mesa y se fue. Tomó el camino que llevaba al jardín municipal. Compró un bocadillo y se sentó en un banco retirado. En la oscuridad libró su batalla, pero no quedó redimido. Las manos y el pantalón se le llenaron de mostaza. Se lo abrochó. No tenía ganas ni de dar un paso.

       Sin gloria pasó este lunes. Y a partir de mañana vuelve a empezar la brega, la lucha y el agobio de cómo vender los boletos de la lotería. Seis días de rondas por oficinas, cafés, tabernas… y todos los caminos cuesta arriba. Y solo por la noche del lunes siguiente –cada lunes después del sorteo– volverá a tener tres horas suyas, horas familiares, él, su madre y su querida.

       Esta noche, sin embargo, resultó inútil el baño – «Al techo del lavadero le hace falta un arreglo», dijo la madre–, inútiles también las dos horas de camino hasta la casa de ella, puesto que faltaron esos cinco minutos definitivos de su redención.

       Esta noche resultó inútil todo el trabajo de la semana. «Inútil toda nuestra vida, madre, este lunes mejor que no hubiera amanecido jamás».

       Emprendió despacio la vuelta a casa. Estaba muy cansado. Salió la luna y le iluminaba el camino. Un perro hambriento se acercó al banco y comió con avidez las sobras del bocadillo.



Fuente: de la colección de cuentos βέ­σπα καὶ ἄλ­λα ­παρ­χια­κὰ δι­η­γή­μα­τα (Atenas, Nefeli, 1990).

Vasilis Tsiambousis nació en Drama en 1953 ciudad en la que vive y trabaja en la actualidad como ingeniero civil. Escribe cuentos.

Tra­duc­ción: I­lek­tra A­na­gno­stou, Be­atriz Cá­rca­mo A­boi­tiz, So­fía Fer­taki, Theoni Kabra, María Kalouptsi, Eduardo Lucena, Kon­sta­nti­nos Pa­le­o­lo­gos, E­vange­lía Po­lyra­ki, Anto­nia Vla­chou.

La tra­duc­ción y revisión colectivas de los minir­rela­tos es producto del taller que orga­ni­zaron y co­ordina­ron, en la a­ca­de­mia de i­dio­mas A­ba­ni­co desde octu­bre de 2017 hasta marzo de 2018, Kon­sta­nti­nos Pa­le­o­lo­gos y E­du­a­rdo Lu­ce­na.