ESDE que murió su hermana, Ceodora-Rula tenía también un consuelo en su desconsolada vida. Su madre, ya muy anciana en mil novecientos noventa y cuatro, no se había percatado de la muerte de su hija mayor, puesto que el deterioro de su mente, que la había dejado incapacitada para percibir el entorno de su realidad, la había protegido de la noción de la más dolorosa de las verdades para una madre.
Como, debido a su dolencia, Ceodora-Rula se había traído hace años a su madre a su casa —ya no podía arreglárselas sola con el menaje del hogar— afrontó casi con alivio la carencia de apoyo de su anciana madre en el peso de su duelo.
Sin embargo, por momentos le daban ganas de ir hasta su lecho, donde su longeva madre —callada e inmóvil— permanecía tumbaba días y noches, para levantarla de repente o zarandearla por los hombros aunque fuera para hacerle daño e incluso para gritarle: «despierta de una vez, entra en razón, entérate de que tu idolatrada hija ya no vive más, llora tú también con dolor, lamenta su pérdida como yo, no esté sola en mi desgracia, dentro de esta casa».
De vez en cuando, claro, ida quién sabe de qué desvaríados o sensatos recuerdos, qué extraños malentendidos y vueltas venían a su memoria, le preguntaba con una inquieta pero también tranquila voz: «Rula, cariño mío», —como acostumbraba llamarla cuando Ceodora era pequeña, —«¿Dónde está Cornelia?» «¿Por qué no viene a verme?».
— Está de viaje por América, mamá, muy lejos de nosotras, —respondía conmovida Ceodora-Rula. Y se marchaba rápido y perturbada delante de ella y entraba como loca en su cocina.
Conforme pasan los años, pregunta con menos frecuencia, y continúa hundiéndose en el diván de su hija y duerme, duerme un sueño completamente suyo, y Ceodora-Rula no continúa bebiendo solo su trago lleno de amargura por su hermana, sino también aquél vacío pero más tóxico —el de su madre— el que ésta no conoce y no lo sabrá jamás.
Porque Ceodora-Rula siente que su hermana no se ha llevado todo el dolor que le pertenece, siente que la pena inexistente de su madre es como una ausencia para el alma de su amada difunta, algo así como una injusticia que le ha ocurrido, y esto porque cree, que tenía el derecho al dolor total de su madre, que no se dignó a dirigirle ni una última mirada para que se la llevara consigo.
Fuente: De la colección de cuentos Ἡπαραίτηση (Ed. Κédros, 2002).
María Kentrou-Agathopoúlu (Salónica, 1930). Poesía, cuento, ensayo. Aparece en las Letras en 1961 con la colección de poemas ΨυχὴκαὶΤέχνη. Recopilación editorial de sus poemas: Ἐπιλογὲςκαὶσύνολα. Poemas (1965-1995) (Νisides, Skópelos, 2001). Su último libro: ἩΕὐρυδίκημὲτὸτσιγάροστὸμπαλκόνι (Cuentos, Gabriilidis, 2010). Paralelamente con la poesía escribe y publica cuentos. Sus poemas han sido traducidos al inglés, francés, alemán, polaco, rumano, español y serbio.